La representación equilibrada es un concepto muy positivo y práctico que explica de muy buenas maneras cómo con un déficit de ello entre hombres y mujeres, nuestras democracias siguen cojas e incompletas y no puede actualizarse la justicia la igualdad ni la libertad. La representación desequilibrada está aún por todas partes y la gente pequeña y joven la absorbe en vena todos los días de su vida y las 24 horas. No es cierto que estemos mujeres y hombres en situación de igualdad. Esta frase es un espejismo que nos aleja del trabajo para conseguirla y que nos impide percibir la sed que de ella tiene el conjunto de la sociedad, salvo raras y residuales excepciones, aunque poderosas y visibles. La representación equilibrada es un concepto muy positivo y práctico que explica de muy buenas maneras cómo con un déficit de ello entre hombres y mujeres, nuestras democracias siguen cojas e incompletas y no puede actualizarse la justicia, la igualdad ni la libertad. La representación desequilibrada está aún por todas partes y la gente pequeña y joven la absorbe en vena todos los días de su vida y las 24 horas. No es cierto que estemos mujeres y hombres en situación de igualdad. Esta frase es un espejismo que nos aleja del trabajo para conseguirla y que nos impide percibir la sed que de ella tiene el conjunto de la sociedad, salvo raras y residuales excepciones, aunque poderosas y visibles.
Si nos centramos en el asunto educativo, cada comienzo de curso podemos comprobar que los currícula académicos, desde infantil a posgrado, carecen de representación equilibrada: no estudiamos la obra humana de las mujeres y sus aportaciones a la cultura, economía, política, ciencia o tecnología, al bienestar y al pensamiento social y a la calidad de vida. Como si no fuéramos humanas o fuéramos humanos irrelevantes, como si la mitad del mundo no existiera, ya que los lenguajes se empeñan y empecinan en no nombrarnos de manera clarificadora y adecuada. Las mujeres como tales estamos en el territorio de lo no estudiado, no investigado, lo “natural”, lo sentimental, lo no nombrado, no explicado, no dicho. No estamos.
A los hombres los hiperrepresenta: ellos son los hacerdores de todo, los investidos de autoridad, de iniciativa, de firma y de reconocimiento. Valor y valía se les supone. Están en todo: controlan mandan , inventan, compiten, explican.
Esta desigualdad de trato flagrante a lo largo de muchos años de escolarización efectúa una maniobra de conocimiento simbólico desequilibrado, que tiene consecuencias en la vida personal y en la colectiva.
En el paso a la vida adulta y activa, las chicas priorizan todo aquello que no estaba en sus aprendizajes escolares: la subsidiariedad, la dependencia emocional, el deseo de agradar y la necesidad de ser amadas y protegidas, de convertirse en seres completados por el otro, que es el uno. Los chicos se muestran independientes, dominantes, decididos, valerosos, atrevidos. Y así eligen sus proyectos desiguales de vida: vivir para otros o vivir para uno mismo. Profesiones y carreras, medios de vida, empleos del tiempo y uso de los espacios tienen tintes de género masculino o femenino.
Nuestras sociedades permanecen ancladas en la división sexual de los trabajos, tareas, cargos y funciones y en la complementariedad de los sexos. Esto da como resultado la injusticia, la falta real de libertad personal para la elección del proyecto de vida y la violencia de género. Los guiones aún están prescritos.
No acabo de entender cómo muchas chicas cualificadas y cualificadísimas, con experiencias laborales previas positivas, renuncian al mercado laboral de forma aparentemente libre, cuando les llega el momento de ser madres, enganchando con lo que hicieron sus ancestras, aunque vayan tatuadas, con minishorts y un piercing en los pezones. La llamada de la madre tierra envuelve a estas urbanitas socializadas durante muchos años en un uso propio del tiempo y de los espacios.
Tampoco alcanzo a comprender cómo gran número de chicos montan sus vidas sobre los cuidados y el amor incondicional de las mujeres, a las que han conocido y tratado como compañeras. Y cómo las consideran un complemento de sus vidas autónomas, puestas en riesgo por acciones de excesos y presiones emocionales y físicas, que les estropean sus vidas, a veces de forma irreversible.
Y creo que nadie comprende el porqué de la persistencia de la violencia de género tan frecuente aún en las parejas más jóvenes.
La escuela, el sistema educativo en su conjunto, es el lugar privilegiado para acabar con estas desigualdades y con estas violencias. Allí transcurren muchos años de la vida infantil y adolescente, en principio, bajo un clima que les ha considerado de entrada como iguales.
¿Se nos ocurre algo al respecto? ¿Qué cambios copernicanos se tendrían que dar en los centros educativos? ¿Tendría que ver algo con la generalización de la coeducación?