En la calle y las pantallas, en la escuela y en la casa, la desigualdad persiste y resiste. El sexismo no suele ser causa de alarma social y ni siquiera las violencias contra las mujeres suelen estar entre las primeras preocupaciones de la población española –mujeres y hombres–, según las encuestas periódicas del CIS. Esta es la columna vertebral que sostiene al machismo en sus manifestaciones más encubiertas y enmascaradas o en las más feroces, como son los asesinatos en vida o con resultado de muerte que acontecen todos los días en cualquier lugar de este planeta y, cómo no, en el territorio que aquí pisamos.
Hay una enorme contradicción entre los discursos de paz, democracia, igualdad, libertad, –bastante compartidos y generalizados– y las prácticas –también compartidas y generalizadas– de sexismo, misoginia y desigualdad. En realidad, esto produce un cortacircuito que a las personas jóvenes y pequeñas así como a las adultas sin mucho criterio al respecto les da a entender que las prácticas y realidades sexistas son como son, son naturales, serán siempre así, han sido siempre así, no se pueden cambiar, no importan tanto, no merece la pena oponerse a ellas y no son tan graves. Así es que invitan a seguir como siempre. Y como siempre quiere decir que los privilegios masculinos unilaterales a costa de las discriminaciones y mal trato hacia las mujeres son incluso deseables, porque mantienen el orden conocido y no hay que hacer nada diferente o extraordinario: así está bien.
Por eso, ni en las casas ni en las pantallas, ni en los centros educativos ni en la calle vemos los cambios fundamentales que enuncian nuestras leyes, reglamentos y normas, que sí se adaptan bastante a los discursos democráticos de Igualdad y no discriminación.
Nuestra población joven está aturdida y no es para menos.
Sin recibir educación sexual desde la familia ni desde la escuela, se empapan desde la pubertad de producciones pornográficas abiertas en la red, que normalizan relaciones donde el hacer masculino y violento impera y la mujer recibe entusiasmada; imágenes que las vuelven hacia la creencia del sometimiento sexual y la condición de objetos lúdicos. Sin recibir modelos de corresponsabilidad familiares ni de equidad laboral, ni orientación académica y laboral no sexista, se ven invitadas ellas a aceptar peores condiciones de trabajo y la inmersión en una maternidad intensiva, que transforma su ser en cuerpo reproductivo casi en exclusiva, dificultando en extremo el ejercicio de la la libertad en el proyecto vital.
Sin una decidida y activa apuesta por la Igualdad real y la Libertad sin mensajes y modelos comerciales sexualizados e hiperfeminizados, seguiremos aceptando que el sexismo no es tan molesto como algunas feministas nos muestran. Hasta se nos presenta a veces como divertido e interesante. Y, sobre todo, no está en absoluto ausente de las modas y de las imágenes y opiniones virales. El sexismo es casi imperceptible para quienes no han entrenado sus mentes y sus sentimientos para rechazarlo como una injusticia fastidiosa para una gran parte de la mitad de la humanidad, e incluso para una menor parte de la otra mitad de la humanidad.
Las industrias no paran de lanzar mensajes sexistas a través de las empresas de creación publicitaria. Con lo cual hay muchas chicas que llegan a creer –en el colmo de la contradicción– que ser feminista es simplemente desafiar al patriarcado con actitudes provocadoras y violentas individuales. Así no acaban de ver que el feminismo fue, es y será un conjunto de acciones colectivas que van desembocando en la mejora de las condiciones de vida de las mujeres, de cualquier clase, origen y condición.
En las casas persiste la división sexual del trabajo –modernizada, eso sí–. En la calle las mujeres estamos muy presentes en todo lugar y horario, pero estando menos cómodas y seguras que los varones; en las pantallas estamos a toda hora y momento, pero con un sesgo hacia la heterosexualización como éxito, que nos va apartando de una vida autónoma y plena. En los centros educativos estamos en los mismos lugares, tiempos y enseñanzas que los varones, pero tratadas en los currícula como sombra de lo masculino y a veces castigadas por nuestras actitudes de protesta ante alguno que se pasa con nosotras. Los espacios comunes de patios, aulas y escaleras o pasillos son manejados por los chicos, a veces de forma invasiva y excluyente, como bien sabemos.
Así es que volvemos a reiterar que la violencia contra las mujeres (que este mes se ha cobrado más matanzas de lo habitual) no acabará hasta que la sociedad entera no apueste por la penalización del sexismo, la misoginia y el machismo y así se vayan desterrando estas eficaces herramientas patriarcales.
Para ello hay muchas estrategias, pero la de romper el silencio y la invisibilización y ninguneo está en manos de las instituciones, desde luego, pero también de cada persona que suscriba que está de acuerdo con la igualdad y que desee la dignidad y la seguridad para todas.